Al menos así lo aseguran los expertos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), y para demostrarlo han querido ofrecer una serie de consejos prácticos para disfrutar del turismo gastronómico sin riesgos, para disfrutar al máximo de las diferentes cocinas locales y, al mismo tiempo, seguir manteniendo una dieta saludable que beneficie a nuestro organismo.
Vacaciones gastronómicas… y saludables
Cuidado con los bufés. La posibilidad de servirnos la cantidad que queramos del plato que deseemos puede ser una buena opción, ya permite escoger propuestas saludables como ensaladas variadas, así como limitar la cantidad de platos más energéticos. Pero, según explica Anna Bach, profesora de Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, “ofrecer tanta variedad de platos puede inducirnos a comer más, incluso aunque no tengamos hambre, por sentirnos atraídos por el aspecto”, de ahí que su recomendación sea tomar como referencia un plato grande y llenarlo de la siguiente manera: una mitad, con ensalada o verduras, y otra mitad, con los platos que nos apetezca probar. En cuanto al postre, una buena idea es “medio plato pequeño con fruta, completando el resto con algún capricho, pero siempre intentando imitar las proporciones de un plato saludable”.
Comer sin llegar a saciarse por completo. “La recomendación general sería intentar comer sin llegar a sentirse saciado, priorizando platos vegetales —ensaladas, verduras…— tanto como primeros y guarniciones, y tomando porciones más pequeñas de platos que contengan salsas, empanados, frituras…, aconseja Alicia Aguilar, profesora de Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, quien también recomienda limitar las bebidas alcohólicas, “ya que su contenido energético es elevado, además de que en sí mismas no son saludables”.
Higiene. Cuando viajamos no contamos con el control higiénico que llevamos en casa sobre frutas y verduras, por lo que, si tenemos alguna duda sobre la higiene de los alimentos crudos, es preferible no consumirlos, especialmente cuando se trata de grupos de población vulnerables. “Cualquier persona puede contraer una enfermedad transmitida por los alimentos, pero las personas de ciertos grupos tienen más probabilidades de enfermar y también de tener una enfermedad más grave. Esos grupos son los niños menores de 5 años, las mujeres embarazadas, los adultos mayores de 65 años y las personas con sistemas inmunitarios debilitados”, señala Anna Bach.
Un poco de orden. Un error frecuente durante los viajes es que sigamos una alimentación más desordenada tanto en la composición de los menús como en horarios y cantidad. Además, según Alicia Aguilar, “la falta de planificación puede suponer también que acabemos abusando de algunos alimentos y dejando de lado otros, ya sea porque nos gusten menos o porque su oferta sea menor. Conviene tenerlo en mente para intentar ajustar la cantidad, seguir un horario y procurar comer variado siempre que nos sea posible”.
Disfrutar de los mercados locales. “La posibilidad de sentir el pulso de una sociedad, de acercarse a sus gentes y a sus productos, ha favorecido que cada vez más turistas encuentren en estos espacios un atractivo singular que los hace dignos de ser visitados. En referencia a todo lo que se come y se manipula, tanto en los mercados como en los puestos de comida callejera, hay que tener determinadas precauciones, especialmente en relación con las normas de higiene. No podemos hablar de manera genérica de cualquier lugar o país. Pero, en cualquier caso, es evidente que en relación con la comida hay que tener determinadas precauciones, que son las que impone simplemente el sentido común”, comenta Francesc Xavier Medina, director de la Cátedra UNESCO de Alimentación, Cultura y Desarrollo y profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.
Dejar que el cuerpo se acostumbre. Al explorar la cocina local es posible que algunos de los sabores de los productos o platos que probemos sean muy distintos a los que estamos acostumbrados en nuestros lugares de origen. “No es extraño que encontremos muy picantes, por ejemplo, algunos platos que consumimos en lugares como México o Nepal. Y, para algunas personas, esto puede implicar problemas estomacales o gástricos debido a la falta de hábito. No únicamente en relación con lo que se come, sino también con el cambio de agua o de contexto en general. Por eso debe prestarse atención al cuerpo, no intentar forzar, y consultar a un profesional si los problemas están fuera de lo común o son persistentes”, señala Francesc Xavier Medina. Sobre este tema, Anna Bach recomienda “probar al principio pequeñas cantidades para valorar tanto la tolerancia como si nos gusta. No solo el picante puede ocasionarnos cierto malestar si no estamos acostumbrados, también puede hacerlo cualquier alimento o preparación, como especias no habituales en nuestra cocina, grasas utilizadas…”
Fijarse en la temperatura a la que se sirven o mantienen los platos en el bufé. Los alimentos deben mantenerse por debajo de 5 °C o por encima de 65 °C para evitar la proliferación de microorganismos y así disminuir el riesgo de infecciones e intoxicaciones alimentarias.
Carnes y pescados, bien hechos. Por prudencia, es aconsejable pedir que la comida esté adecuadamente cocida. Ciertos alimentos, como la carne, el pollo, los huevos, el marisco y el pescado, deben cocinarse a una temperatura que sea lo suficientemente alta para eliminar los microbios dañinos que podrían tener. Por eso, los expertos recomiendan devolver el plato para que lo cocinen más si en un restaurante sirven carne, pollo, pescado, mariscos o huevos poco cocidos.
Limitar el consumo de refrescos. Durante las vacaciones solemos aumentar el consumo de refrescos, un producto que tiene una relación directa con la aparición de sobrepeso, obesidad, diabetes tipo 2 y todas las enfermedades relacionadas con el síndrome metabólico. Según Laura Esquius, profesora de Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, “los azúcares libres de los refrescos aportan calorías innecesarias”, y recuerda que la OMS recomienda reducir la ingesta de azúcares libres a menos del 10 % de la ingesta calórica total, aunque se sugiere que una ingesta de menos del 5 % tendría beneficios de salud adicionales. “Estos porcentajes representan, por ejemplo, para una alimentación de 2.000 kcal, una cantidad de azúcares de 50 g (el 10 %) y de 25 g (el 5 %). Una lata de 330 ml de una bebida azucarada o refresco ya aporta unos 37 g de azúcar de media”.
Regresar a la rutina. “Cambiar nuestra alimentación durante diez o quince días de vacaciones no suele suponer un gran problema, ya que su impacto va a ser relativamente bajo. Pero sí que es importante regresar a unos hábitos saludables a la vuelta: priorizar el consumo de alimentos como arroz, pasta, legumbres o pan; tomar cinco raciones diarias de frutas y verduras, y de tres a cinco cucharadas de aceite de oliva; comer más pescado que carne, señala Anna Bach, añadiendo que “lo importante es recuperar el número y la distribución de comidas diarias, moderar la cantidad y eliminar los extras más habituales en vacaciones, como el alcohol, los postres o los aperitivos”.
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